jueves, 16 de abril de 2009

prueba prueba prueba

domingo, 11 de enero de 2009

Bisitatutako herrialdeak


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martes, 30 de diciembre de 2008

PRUEBA 2 PRUEBA 2
PRUEBA PRUEBA PRUEBA PRUEBA PRUEBA PRUEBA PRUEBA PRUEBA PRUEBA

Äbsalon estaba un día sentado en una de las terrazas del castillo del Valhälla. Contemplaba cómo las almas entraban y no paraban de entrar al castillo. Las valkirias no dejaban de recibirles, una por una.

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Veía que entraban al castillo por cientos. Al mismo tiempo, se dio cuenta de que cada alma tenía un color, pero la mayoría de ellas tenían tonalidades obscuras como rojo carmesí, púrpura, sepia y hasta negro. Entonces, entró a la habitación de Odín y le dijo:

-“Padre, ¿por qué casi todas las almas de los humanos tienen colores obscuros?”

Odín respondió:

-“Hijo mío, los mortales son seres extraños. Aberraciones que se maltratan unas a otras; provocándose, incluso, la muerte. Éstas llegan tristes, desoladas y en pena. Cuanta más tristeza hay en ellas, más obscuras se tornan en su interior y lo reflejan en el exterior.”

-“Pero, padre, dijo Äbsalon, ¿por qué no podemos, nosotros los dioses, hacer algo para que eso cambie? Es muy cruel ver cómo los humanos se destruyen unos a otros, y ver cómo llegan atormentados por sus impertinencias.”

-“Ésa es la linealidad de la vida, hijo mío, respondió Odín, nosotros no estamos aquí para regir la conducta de los mortales durante su ciclo de vida, sólo podemos guiarles y darles fe, castigarlos en al gunas ocasiones cuando queremos porque no debemos darles toda la gloria, ésta es sólo para nosotros. Ellos son libres de elegir el camino que desean tomar y de hacer de sus vidas el desastre que en el castillo estamos acostumbrados a ver.”

Al escuchar esto, Äbsalon se molestó y dijo:

-“¡No puedo soportar esto, padre! ¡La aberración de la vida no se halla en el comportamiento de los humanos, sino en nuestra indiferencia al no hacer nada por cambiarlo! No pienso quedarme de brazos cruzados viendo como mi hermoso pueblo de Äsgard se va al precipicio de los pecados que sólo tú eres capaz de vislumbrar…”

Enardecido, Äbsalon se transformó en humano y bajó a Äsgard a convivir con su pueblo y a experimentar en carne propia los pecados de los que la vida del pueblo vikingo era objeto.

Cuando llegó al campamento, vio que todos tenían una gran fiesta. Había una enorme fogata y, alrededor de ella, todos estaban bailando y bebiendo. Aquéllos lucían objetos brillantes que colgaban de los cuellos de los guerreros y de las orejas y cuellos de las hermosas mujeres que conformaban el clan.

Uno de los guerreros que estaba bailando alrededor de la fogata, se acercó a Äbsalon y le preguntó cuál era su nombre: “Kaj”, respondió Äbsalon. Entonces, este sujeto le dio a Äbsalon un extraño objeto de madera con base de metal parecido a un cádiz. Äbsalon lo tomó y vio que adentro había un líquido extraño muy parecido al vino que estaba acostumbrado a beber en el castillo del Valhälla. Lo olfateó y le preguntó al sujeto de qué se trataba, a lo que el tipo le respondió:

-“¿Acaso no lo recuerdas? Es el vino que logramos saquear de la compañía romana que asaltamos.”

-“¿Y qué celebramos, entonces?” Preguntó Äbsalon.

-“Nada. Sólo que logramos sacar un poco de vino y endulzarnos la vida. Por si no lo recuerdas, seguimos esperando a que Äxl llegue y nos saque de Äsgard hacia un lugar donde sea posible la subsistencia. Los romanos dicen que nos permitirían quedarnos en sus tierras, pero sólo si dejamos de creer en Odín. ¿Puedes creerlo? ¡Qué tontería! Aunque debo confesarte: a veces pienso que sería mejor. Llevamos siglos viviendo aquí y el rey Äxl no llega. Mi padre se fue de aquí y todos pensaron que estaba loco y nadie quiso acompañarle en su búsqueda por la tierra prometida.”

-“¿Y por qué no fuiste tú con él?” Le replicó Äbsalon.

-“¿Acompañarle? ¡Debes estar loco! Loki debió posesionarse de su enferma alma como para meterle semejantes ideas en su cabeza. Nosotros somos un pueblo destinado a la lucha y a la supervivencia. Odín nos enseñó a pelear y a conquistar, no a pensar y a tener ideas absurdas en una tierra prometida que Odín, sobre su yugo en nosotros, nos ha denegado.”

Tras este argumento, Äbsalon se inmiscuyó entre la multitud y veía cómo la gente se emborrachaba y lucía esos extraños brillantes que, tras la previa explicación de aquel sujeto, resultaron ser brillantes que habían robado los vikingos al pueblo romano.

Indignado, Äbsalon volvió al Valhälla y en él encontró a Tanja, una valkiria que en ese momento no se encontraba tan ocupada como de costumbre.

-“¿Dónde está mi padre?” Preguntó Äbsalon con tono de molestia.

-“No lo sé, su majestad. Debe de estar en su alcoba, esperando por usted. Estuvo muy preocupado porque no quería observar en el mundo para ver en dónde se encontraba.”

Äbsalon se dirigió a la alcoba de Odín en donde éste se encontraba bebiendo vino celestial. En cuanto lo vio, le dijo:

-“¡Padre! He visto la aberración humana. Mi pueblo adorado roba para sobrevivir. Sufre los más terribles fríos. Escuché que a sus niños les atan piedras en la espalda y los ponen a brincar para volverlos más fuertes y los dejan durmiendo desnudos afuera de las tiendas para que se hagan resistentes y los entrenan con armas verdaderas. Se matan unos a otros. Beben vino de otro pueblo y se emborrachan. Blasfeman pensando que yo jamás llegaré para llevarlos a la tierra prometida. Incluso, piensan que dejar de creer en nosotros les traerá la verdadera felicidad. ¿Qué podemos hacer? No soporto ver a mi pueblo sufrir de tal manera. ¿Hasta cuándo tendré que esperar para que me permitas llegar a ellos y guiarles a la tierra prometida?” Äbsalon dijo con lágrimas en los ojos.

-“Tú ya has llegado a ellos, hijo mío.” Dijo Odín. “El vicio al que ellos se han dejado esclavizar es sólo la estrella que los guiará al pueblo que tú quieres que lleguen. Ese pueblo está presidido por un dios más poderoso que tú, Loki, Thor y yo juntos. Ese dios les dará el calor que nosotros no podemos.”

-“¿Pero por qué, padre? ¿Por qué no puedo ser yo quien los guíe? ¿Por qué no debo ser yo quien los lleve al paraíso que en los sagrados apócrifos celestiales les hemos prometido? ¿No soy yo, acaso, el indicado para llevar a mi pueblo a la gloria? ¿No es, entonces, ése mi destino?” Decía Äbsalon, llorando inconsolablemente.

-“Hijo mío…” Dijo Odín. “…tú ya te has convertido en la estrella que guíe a nuestro pueblo a la gloria. Tu lágrima se ha convertido en la estrella que guíe a Äsgard a un lugar en donde la subsistencia sea posible.”

-“¿Pero cómo es posible eso, padre mío?” Replicó Äbsalon, a lo que Odín respondió:

-“Muy sencillo, hijo mío. Nosotros los dioses, también tenemos un destino. Nosotros, como te dije antes, no estamos aquí para juzgar a los mortales en vida. Tú te inmiscuiste entre ellos para experimentar en carne propia qué se siente ser mortal. Sentiste sus inquietudes y sufriste sus depresiones, viviste y disfrutaste sus vicios. Tu lágrima, ahora se ha convertido en la estrella que los guiará al pueblo prometido y, ese error, nos ha condenado al olvido. Tu lágrima, la congelada llama de tu vida, se ha convertido en la estrella que marque el rumbo de vuelta al lugar que visitaste. Cuando ellos se vayan, verán tu estrella en el cielo y sabrán que no deben volver nunca jamás a ese lugar. Eso hará que dejen de creer en nosotros y que crean en el dios que les han condicionado sus futuros gobernantes. Has maldecido, al mismo tiempo que bendecido a tu pueblo: al pueblo al que tanto amas. Ellos podrían vivir a gusto, pero el precio que pagarás por ese amor, será el que dejen de creer en ti y en mí. Ahora creerán en ese dios que llenará el hueco que tú has dejado vacío.”

-“¿Qué hueco, padre?” Preguntó Äbsalon consternado.

-“El del amor a los otros que lo tienen todo; el de la ausencia de la envidia de la que tú, como dios en calidad de humano, fuiste objeto y del amor a la tierra de la que ellos saldrán para no olvidar jamás por tu causa de llevártelos lejos para darles una mejor calidad de vida. Nuestro trabajo ha terminado y esas almas grisáceas que has observado, se tornarán en almas que luzcan colores lúcidos, como ámbar, plata, rojo brillante… Nada ha de ser en vano, hijo mío. Ni siquiera nosotros hemos venido en vano y nada ha sucedido por casualidad, sino por causalidad, y hasta el trueno más ensordecedor del mjolnir de Thor, ha de fulminar una vida por nada. Jamás lo olvides en la eternidad de olvido que nos aguarda: Nada es en vano, ni siquiera los dioses.”
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Äbsalon estaba un día sentado en una de las terrazas del castillo del Valhälla. Contemplaba cómo las almas entraban y no paraban de entrar al castillo. Las valkirias no dejaban de recibirles, una por una.

Veía que entraban al castillo por cientos. Al mismo tiempo, se dio cuenta de que cada alma tenía un color, pero la mayoría de ellas tenían tonalidades obscuras como rojo carmesí, púrpura, sepia y hasta negro. Entonces, entró a la habitación de Odín y le dijo:

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-“Padre, ¿por qué casi todas las almas de los humanos tienen colores obscuros?”

Odín respondió:

-“Hijo mío, los mortales son seres extraños. Aberraciones que se maltratan unas a otras; provocándose, incluso, la muerte. Éstas llegan tristes, desoladas y en pena. Cuanta más tristeza hay en ellas, más obscuras se tornan en su interior y lo reflejan en el exterior.”

-“Pero, padre, dijo Äbsalon, ¿por qué no podemos, nosotros los dioses, hacer algo para que eso cambie? Es muy cruel ver cómo los humanos se destruyen unos a otros, y ver cómo llegan atormentados por sus impertinencias.”

-“Ésa es la linealidad de la vida, hijo mío, respondió Odín, nosotros no estamos aquí para regir la conducta de los mortales durante su ciclo de vida, sólo podemos guiarles y darles fe, castigarlos en al gunas ocasiones cuando queremos porque no debemos darles toda la gloria, ésta es sólo para nosotros. Ellos son libres de elegir el camino que desean tomar y de hacer de sus vidas el desastre que en el castillo estamos acostumbrados a ver.”

Al escuchar esto, Äbsalon se molestó y dijo:

-“¡No puedo soportar esto, padre! ¡La aberración de la vida no se halla en el comportamiento de los humanos, sino en nuestra indiferencia al no hacer nada por cambiarlo! No pienso quedarme de brazos cruzados viendo como mi hermoso pueblo de Äsgard se va al precipicio de los pecados que sólo tú eres capaz de vislumbrar…”

Enardecido, Äbsalon se transformó en humano y bajó a Äsgard a convivir con su pueblo y a experimentar en carne propia los pecados de los que la vida del pueblo vikingo era objeto.

Cuando llegó al campamento, vio que todos tenían una gran fiesta. Había una enorme fogata y, alrededor de ella, todos estaban bailando y bebiendo. Aquéllos lucían objetos brillantes que colgaban de los cuellos de los guerreros y de las orejas y cuellos de las hermosas mujeres que conformaban el clan.

Uno de los guerreros que estaba bailando alrededor de la fogata, se acercó a Äbsalon y le preguntó cuál era su nombre: “Kaj”, respondió Äbsalon. Entonces, este sujeto le dio a Äbsalon un extraño objeto de madera con base de metal parecido a un cádiz. Äbsalon lo tomó y vio que adentro había un líquido extraño muy parecido al vino que estaba acostumbrado a beber en el castillo del Valhälla. Lo olfateó y le preguntó al sujeto de qué se trataba, a lo que el tipo le respondió:

-“¿Acaso no lo recuerdas? Es el vino que logramos saquear de la compañía romana que asaltamos.”

-“¿Y qué celebramos, entonces?” Preguntó Äbsalon.

-“Nada. Sólo que logramos sacar un poco de vino y endulzarnos la vida. Por si no lo recuerdas, seguimos esperando a que Äxl llegue y nos saque de Äsgard hacia un lugar donde sea posible la subsistencia. Los romanos dicen que nos permitirían quedarnos en sus tierras, pero sólo si dejamos de creer en Odín. ¿Puedes creerlo? ¡Qué tontería! Aunque debo confesarte: a veces pienso que sería mejor. Llevamos siglos viviendo aquí y el rey Äxl no llega. Mi padre se fue de aquí y todos pensaron que estaba loco y nadie quiso acompañarle en su búsqueda por la tierra prometida.”

-“¿Y por qué no fuiste tú con él?” Le replicó Äbsalon.

-“¿Acompañarle? ¡Debes estar loco! Loki debió posesionarse de su enferma alma como para meterle semejantes ideas en su cabeza. Nosotros somos un pueblo destinado a la lucha y a la supervivencia. Odín nos enseñó a pelear y a conquistar, no a pensar y a tener ideas absurdas en una tierra prometida que Odín, sobre su yugo en nosotros, nos ha denegado.”

Tras este argumento, Äbsalon se inmiscuyó entre la multitud y veía cómo la gente se emborrachaba y lucía esos extraños brillantes que, tras la previa explicación de aquel sujeto, resultaron ser brillantes que habían robado los vikingos al pueblo romano.

Indignado, Äbsalon volvió al Valhälla y en él encontró a Tanja, una valkiria que en ese momento no se encontraba tan ocupada como de costumbre.

-“¿Dónde está mi padre?” Preguntó Äbsalon con tono de molestia.

-“No lo sé, su majestad. Debe de estar en su alcoba, esperando por usted. Estuvo muy preocupado porque no quería observar en el mundo para ver en dónde se encontraba.”

Äbsalon se dirigió a la alcoba de Odín en donde éste se encontraba bebiendo vino celestial. En cuanto lo vio, le dijo:

-“¡Padre! He visto la aberración humana. Mi pueblo adorado roba para sobrevivir. Sufre los más terribles fríos. Escuché que a sus niños les atan piedras en la espalda y los ponen a brincar para volverlos más fuertes y los dejan durmiendo desnudos afuera de las tiendas para que se hagan resistentes y los entrenan con armas verdaderas. Se matan unos a otros. Beben vino de otro pueblo y se emborrachan. Blasfeman pensando que yo jamás llegaré para llevarlos a la tierra prometida. Incluso, piensan que dejar de creer en nosotros les traerá la verdadera felicidad. ¿Qué podemos hacer? No soporto ver a mi pueblo sufrir de tal manera. ¿Hasta cuándo tendré que esperar para que me permitas llegar a ellos y guiarles a la tierra prometida?” Äbsalon dijo con lágrimas en los ojos.

-“Tú ya has llegado a ellos, hijo mío.” Dijo Odín. “El vicio al que ellos se han dejado esclavizar es sólo la estrella que los guiará al pueblo que tú quieres que lleguen. Ese pueblo está presidido por un dios más poderoso que tú, Loki, Thor y yo juntos. Ese dios les dará el calor que nosotros no podemos.”

-“¿Pero por qué, padre? ¿Por qué no puedo ser yo quien los guíe? ¿Por qué no debo ser yo quien los lleve al paraíso que en los sagrados apócrifos celestiales les hemos prometido? ¿No soy yo, acaso, el indicado para llevar a mi pueblo a la gloria? ¿No es, entonces, ése mi destino?” Decía Äbsalon, llorando inconsolablemente.

-“Hijo mío…” Dijo Odín. “…tú ya te has convertido en la estrella que guíe a nuestro pueblo a la gloria. Tu lágrima se ha convertido en la estrella que guíe a Äsgard a un lugar en donde la subsistencia sea posible.”

-“¿Pero cómo es posible eso, padre mío?” Replicó Äbsalon, a lo que Odín respondió:

-“Muy sencillo, hijo mío. Nosotros los dioses, también tenemos un destino. Nosotros, como te dije antes, no estamos aquí para juzgar a los mortales en vida. Tú te inmiscuiste entre ellos para experimentar en carne propia qué se siente ser mortal. Sentiste sus inquietudes y sufriste sus depresiones, viviste y disfrutaste sus vicios. Tu lágrima, ahora se ha convertido en la estrella que los guiará al pueblo prometido y, ese error, nos ha condenado al olvido. Tu lágrima, la congelada llama de tu vida, se ha convertido en la estrella que marque el rumbo de vuelta al lugar que visitaste. Cuando ellos se vayan, verán tu estrella en el cielo y sabrán que no deben volver nunca jamás a ese lugar. Eso hará que dejen de creer en nosotros y que crean en el dios que les han condicionado sus futuros gobernantes. Has maldecido, al mismo tiempo que bendecido a tu pueblo: al pueblo al que tanto amas. Ellos podrían vivir a gusto, pero el precio que pagarás por ese amor, será el que dejen de creer en ti y en mí. Ahora creerán en ese dios que llenará el hueco que tú has dejado vacío.”

-“¿Qué hueco, padre?” Preguntó Äbsalon consternado.

-“El del amor a los otros que lo tienen todo; el de la ausencia de la envidia de la que tú, como dios en calidad de humano, fuiste objeto y del amor a la tierra de la que ellos saldrán para no olvidar jamás por tu causa de llevártelos lejos para darles una mejor calidad de vida. Nuestro trabajo ha terminado y esas almas grisáceas que has observado, se tornarán en almas que luzcan colores lúcidos, como ámbar, plata, rojo brillante… Nada ha de ser en vano, hijo mío. Ni siquiera nosotros hemos venido en vano y nada ha sucedido por casualidad, sino por causalidad, y hasta el trueno más ensordecedor del mjolnir de Thor, ha de fulminar una vida por nada. Jamás lo olvides en la eternidad de olvido que nos aguarda: Nada es en vano, ni siquiera los dioses.”